lunes, 29 de julio de 2013

UN LUGAR SANTO

" La más bella, la perfecta,
delicia de todo el mundo"
llamó el profeta Jeremías a 
la ciudad palestina de Jerusalén,
Tierra Santa para tres religiones
fundamentales que si no coincidieron
en el tiempo coexisten aún hoy 
en breve espacio.

                                                                    


          Isaías recordó que Dios mismo había anunciado: " Y será Jerusalén mi alegría". Desde la cima del monte Scopus, peregrinos de todos los confines de la Tierra la han visto como un ciervo acostado entre colinas.
          En ella los judíos veneran el Muro de los Lamentos, que perteneció al Templo de Salomón;
los cristianos, diversos testimonios del paso de Jesús por la Tierra, en especial el Santo Sepulcro, y los musulmanes, la tercera mezquita en importancia en el mundo, donde, según su tradición, una roca conserva la última huella de Mahoma que, desde allí, habría ascendido a los cielos.
          Los hebreos llegaron a Palestina, acaudillados por Moisés, como a "tierra prometida", pero en el año 70 de la era cristiana las hordas de Tito y Vespasiano cumplen su dispersión: la Diáspora, que duraría 19 siglos.
          Desde entonces, los desterrados en playas lejanas y aún en otros continentes se saludaban con esperanzada melancolía: "El año que viene, en Jerusalén". Cristo, el fundador de la confesión religiosa más numerosa del mundo actual, si bien nació en Belén tuvo en Jerusalén el teatro de su martirio.
          Luego de 570 años vino al mundo Mahoma, creador del Islam, que dio al mundo árabe etapas de esplendor inigualado antes y después. Al siglo de su nacimiento, sus sucesores habían invadido grandes zonas, desde Arabia hasta España; en la octava centuria, Tierra Santa cayó en sus manos y luego bajo el dominio otomano (turco).
          Para recuperar el Santo Sepulcro se organizaron las sucesivas Cruzadas de la cristiandad. Judíos y moros expulsados de España llevaron sus canciones de cuna y antiquísimos romances a Jerusalén, donde todavía hoy, al cabo de quinientos cuarenta y cinco años, resuenan en arcaico castellano.
          La excepcional coincidencia -única en el mundo- de varias religiones en la reducida extensión hierosolimitana, no termina con las tres mencionadas. Otra tradición, igualmente milenaria acrecienta el misterio y subraya el singular privilegio de la Ciudad de la Paz. 
          Es China, y sugiere que Lao-tsé, gran filósofo y poeta, una de las cumbres espirituales del budismo, cuando sintió llegar el fin de sus días se dirigió hacia Occidente, y desapareció, se presume que se quedó en la misma zona donde el rey David bailó para alabar al Señor; donde el pueblo de la Promesa llegó a reunirse en 480 sinagogas; donde Cristo lloró en su despedida de la humanidad; donde Mahoma recostó por última vez su cabeza mortal.
          En la misma ciudad de la que dijo el salmista: " Si yo me olvidare de ti, Jerusalén, sea echada en olvido mi mano derecha. Péguese mi lengua al paladar si yo no me acordase de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de toda alegría". ¿ Volverá Jerusalén, a ser la Ciudad de la Paz?




Fuente: Ricardo Peralta. Suplemento La Razón.
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