martes, 9 de julio de 2013

UN ACTO DE FE ARTÍSTICA

"¡ Por favor, no me aplaudan
a mí!
¡Son ustedes quienes deben venir
al escenario para que yo los aplauda!"
Oscar Wilde honró así a su público y
sucedió la noche del estreno de una
de sus obras.

                                                                                                                                                                          
                                        


          Al caer el telón, los espectadores reclamaron su presencia para homenajearlo. Oscar Wilde se negó  con aquella frase que, antes que humildad, fue un acto de fe artística. Igual que hoy. Cada vez que usted bate palmas en un teatro o en cualquier lugar público no está festejando otra cosa que a su propio "yo".
          Así celebra sus verdades, censura a quien no las comparte y, en el fondo, halla la manera de no parecer vanidoso ante los demás. Si esto sucede con el público, ¿qué decir de los actores? Ellos son responsables de que usted se identifique o no con los personajes, que quiera a unos y desprecie a los demás.
          Sin embargo, estos profesionales de la emoción ajena sufren más que usted. El hombre de teatro vive mientras las luces del escenario están encendidas; si no, muere. Un actor ha dicho :
"Somos como esos maniquíes que exhiben las vidrieras. "Somos" mientras la gente nos mira; 
cuando se apartan, dejamos de ser y nos convertimos en cualquier cosa".
          Así son de breves en la vida. Por ser la emoción artística la más pasajera de las expresiones fisiológicas humanas (aparece de vez en cuando y sólo por impulsos exteriores muy poderosos: 
música, poesía o teatro) se necesita estar vigilante para no dejarla escapar. 
          De ahí la importancia del aplauso: va más rápido que la historia y deja testimonio instantáneo de la alegría o el dolor colectivos. Es un espejo donde nos vemos reflejados tal cual somos (los filósofos lo llaman "catarsis"a este fenómeno). Sin esperar que las enciclopedias le hagan lugar entre sus páginas, el aplauso es un monumento que levantamos, ya mismo, a quienes pasarán quizá oscuramente.


Fuente:  La Razón, suplemento de interés general.
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