" El hombre es el único
animal que ríe"
Lo dijo un filósofo en el
año 65 de esta era y él
se llamaba Filón.
Dijo mucho más sobre los
sentimientos, pero no creía
en ellos, aunque parezca mentira...
Durante mucho tiempo, variantes más o menos, los temores, alegrías y afectos humanos estaban relegados a ser secretas energías que venían desde afuera. Algunas veces eran divinas, otras diabólicas. El origen exacto dependía de si era o no placentero vivir, amar u odiar.
Las emociones, decían los antiguos, nacen en el corazón; la muerte nace en la idea y la razón, agregaban los pesimistas. Hasta el siglo XII se sostenía que sólo el alma pertenecía alegremente a Dios, y la carne, con terror, era exclusiva del diablo. Todo siguió igual hasta que Descartes, un pensador que cambió el rumbo de la filosofía y, ¿por qué no?, hasta de la historia, exclamó: " Pienso, luego existo ".
Católico ferviente como era, supo unir alma y cuerpo en una sola expresión. El pensamiento religioso, a partir del año 1645 remite los misterios de la existencia a la metafísica
(lo que está más allá de lo palpable, medible y entendible por los sentidos). Los sentimientos ocupan un lugar más claro y -en plenos siglos XVIII y XIX- el "romanticismo" domina casi todos los actos del hombre.
Desde la música hasta la poesía, desde los actos de gobierno hasta la conquista del progreso científico están teñidos de pasiones, ternuras y devociones. Suicidas por amor, locuras del corazón, guerras sentimentales entre reyes o países se acentúan. También nace el melodrama, los sentimientos recargados.
El siglo XIX y el que ahora vivimos incorporan nuevos conceptos: ya no es el corazón el centro de los sentimientos (antes, entre idea y afecto había poca y ninguna conexión); también el cerebro tiene algo que ver. Medicina y amor se encontrarán sorpresivamente en el año 1850 cuando el profesor Gustav Fechner agita una rara bandera: "mente y espíritu se enferman o sanan juntos".
La sicopogía experimental nace y, con ella, una explicación bastante aproximada de por qué somos como somos. Es un espejo del dolor o la alegría. William James y Sigmund Freud, en este siglo, agregarán mucho más: Sueños.
Fuente: Ricardo Ramos Peralta. Suplemento La Razón.
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