Ser capaces de dar y
compartir es una de
las claves del crecimiento
espiritual.
La riqueza espiritual a diferencia de la material, no se base en el cúmulo de experiencias o de conocimientos, pues esto sólo nos enriquece intelectualmente. El crecimiento espiritual implica ser capaces de dar, de escuchar, de compartir experiencias y sabiduría con aquellos que nos rodean, no para recibir algo a cambio, sino simplemente con el propósito de ayudar a quien lo necesita.
Al encerrarnos en nuestras propias necesidades y carencias, sólo nos internamos en un círculo vicioso de autocompasión, que cada vez nos aleja más de los demás y de nuestra propia esencia. Al concentrarnos en los problemas que nos aquejan, todo se tiñe por la preocupación, y perdemos la capacidad de ver la realidad de manera más positiva, de percibir que alrededor nuestro hay personas que necesitan de ayuda y de afecto, y, que a la vez, esa entrega de nuestra parte puede darle un nuevo sentido a nuestras vidas.
A medida que, comenzamos a dar de nosotros, de nuestro tiempo y afecto a quienes realmente lo necesitan, descubrimos una paradoja: cuanto más damos, más tenemos. Cuanto más útiles somos, más ricos y plenos nos sentimos.
Cuanto más felices hacemos a los demás ( sin que eso implique un sacrificio para nosotros, sino un placer), más felices somos. Por ello, para tener, para sentirnos plenos, lo mejor es comenzar por dar.
Fuente: Revista Predicciones.
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