No hay domingos ni feriados,
no hay descanso para quien
ha asumido la responsabilidad
del cuidado de un familiar en estado grave
y crónico, por mucho que haya
momentos en que otras
personas la sustituyan
en esta absorbente tarea.
Quién no tuvo alguna vez, un familiar cercano o no, con alguna enfermedad grave como es el cáncer, Alzheimer, esclerosis múltiple, parálisis cerebral o ACV accidente cerebro vascular, o alguna patología psiquiátrica grave, y la tarea de cuidarlos no es fácil.
La actividad se mantiene siempre presente en el pensamiento del cuidador, y puede acabar convirtiéndose en una obsesión. El principal problema afecta al paciente, pero también quienes los atienden día y noche, sufren las consecuencias de una enfermedad grave o incurable.
Es una situación que sobreviene y a la que la familia hará frente. Y, a la final, el tiempo, las relaciones domésticas y sociales, el ocio, la emotividad personal y la vida entera del asistente, girarán a las necesidades que plantea ese padre, o madre, hermanos si lo hubiere, abuelos paternos o maternos, o amigos que se han convertido en el centro de su rutina.
El auxiliador, por mucho que se provea de abnegación, compasión humana y dedicación al enfermo, puede terminar sintiéndose asfixiado y atrapado por sentimientos dificilmente controlables. Entre ellos, la frustración de un esfuerzo aparentemente estéril: el enfermo no mejora o incluso, lamentablemente, su salud se deteriora.
La conciencia de que se recorre un camino sin retorno y la constatación de la desesperanza del paciente, convierten a la situación en una travesía plagada de dificultades, y, en algunos casos, carente de estímulos. A este escenario emocional hay que añadirle el cansancio físico que supone la multiplicidad de papeles en que se desdobla el cuidador, para seguir atendiendo -además de los constantes requerimientos del enfermo- las tareas de su vida cotidiana.
Si al finalizar el día ( nunca se sabe si el trabajo acabará a medianoche o si habrá que levantarse en plena madrugada), uno le pregunta al asistente cómo se encuentra, la respuesta más probable será: " cansado, muy cansado, prefiero no pensar, lo que me gustaría es dormir".
Cuando la situación se prolonga meses o años, y se hace impredecible su fin, puede generar desajustes y tensiones familiares. Es un panorama estresante, y conviene, tanto no dejarse llevar por la emotividad que suscita el contacto permanente con el enfermo, como no caer en una total dedicación, física y mental, al paciente.
El objetivo es doble: que no caiga el cuidador víctima de enfermedades o depresiones, y que mantenga sus fuerzas en equilibrio, a ser más eficáz en la atención al ser querido, que tanto requiere de nosotros en la última fase de su vida.
Fuente: Revista Saber Vivir / Convivir con un enfermo crónico.
******************************************************************
No hay comentarios:
Publicar un comentario