" La paciencia es un árbol
de raíz amarga,
pero de frutos muy dulces"
Cuando se cuida a un enfermo crónico grave, generalmente se instala en las personas, una sensación de negatividad, desesperanza y desaliento. Lo apropiado es mirar con serenidad esa etapa, que tiene tres vertientes: las del propio cuidador, la de su familia y la de la persona a quien se ha decidido asistir.
Para que nuestras fuerzas resulten eficaces y atendamos satisfactoriamente al enfermo, el ánimo del cuidador tiene que ser positivo, porque de él y de su serenidad a la hora de tomar las decisiones que se vayan planteando, en la relación con el paciente, depende que nos sintamos en paz con nosotros mismos, respecto al propósito adquirido: que la convivencia disfrute de un clima de comunicación.
Y que, dado lo irreversible de la enfermedad, tanta dedicación tenga su lado positivo: el estrechamiento de los lazos de solidaridad familiar. Y por supuesto, que la ayuda al enfermo sea un auténtico acompañamiento en lo que se prevé sea su recta final.
El cuidador debe ayudarse a sí mismo a sentir la ilusión por vivir, cada instante de su vida.
Así podrá transmitir alegría y serenidad al enfermo. No deben faltar hacia éste palabras amorosas, besos y caricias, así llenarán el recuerdo de nuestro comportamiento con esa persona enferma.
Fuente: Revista "Saber Vivir", sección "Salud"
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