miércoles, 20 de febrero de 2013

OIR NO ES LO MISMO QUE ESCUCHAR

Existe una diferencia
entre oir y escuchar.
El sentido del oído nos permite
captar los sonidos.
Escuchar es la acción de discriminarlos,
decodificarlos, distinguir una onda
sonora de otra, captar 
el significado de las palabras.

                                                        

                                                                             


          El gran pianista y compositor ruso Igor Stravinski (1882-1971), autor de La consagración de la primavera, y a quien se consideró el gran renovador del ballet, dijo alguna vez: "Escuchar
es un esfuerzo; oir no tiene ningún mérito. Porque los animales también oyen...".
          Registrar las inflexiones de una voz, la melodía en la música, el susurro del viento, el rugido del mar. Escuchar es lo que nos permite advertir la alegría o la aflicción con que alguien
habla, su ira o su esperanza.
          Todas las especies, las animales y la humana, están capacitadas para cumplir con la función fisiológica de oir. Esto es independiente de la voluntad. Podemos entornar los párpados para no ver, pero las orejas carecen de párpados, de manera que oímos siempre.
          Oímos el bullicio de la calle, los sonidos de la naturaleza, oímos gritos de odio y de dolor, oímos, como una música de fondo constante, las voces que parlotean en los televisores, aunque nadie vea las pantallas. Nos embutimos nuestros auriculares y partimos hacia el mundo, intoxicándonos de esos ruidos que martillean sin piedad en el interior de nuestra cabeza, mientras, simultáneamente, no escuchamos a quienes nos rodean y acaso nos piden auxilio, nos ofrecen amor, nos cuentan un pensamiento revelador.
          Sostenía el gran pensador alemán Erich Fromm ( autor de El arte de amar y El miedo a la libertad) que escuchar se convierte en arte cuando podemos hacerlo sin miedo, con simpatía y amor. Esta actitud define lo que podríamos llamar " escucha receptiva". Es un modo de escuchar en el que nos abrimos a la palabra del otro, nos abrimos  a los silencios ( que también están cargados de sentido y necesitan ser escuchados).
          Recibimos aquellas palabras sin juicio, dejándolas resonar en nosotros, permitiéndoles estimular nuestras sensaciones y emociones, y atender aquello que nos evocan. En la escucha receptiva, la palabra del otro es siempre nueva ( aunque diga cosas que ya hemos oído) y así es recibida y celebrada.

Fuente: Sergio Sinay, escritor, especialista en vínculos humanos. Entre sus últimas obras, se cuentan: La sociedad de los hijos húerfanos, La masculinidad tóxica y Cuentos machos.
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