La escucha receptiva
tiende un puente entre las
personas y es esencial para
la comunicación verdadera y
profunda, requiere tiempo y presencia.
El sacerdote holandés Henri J. M. Nouwen ( 1933-1996), docente, teólogo y autor de bellísimas obras como El regreso del hijo pródigo y La voz interior del amor, definía al acto de escuchar como " algo más que dejar hablar al otro mientras esperamos para responderle" ( esto sería la escucha activa).
Consideraba que, en verdad, se trataba de " prestar plena atención a los otros y darles la bienvenida en nuestro propio ser. La belleza de esto es que " los escuchados empiezan a sentirse aceptados". Escuchar, decía, " es una forma de hospitalidad espiritual". Es difícil encontrar una mejor definición de este arte olvidado.
Cuando creemos que los otros son prescindibles, que sólo merecen ser tenidos en cuenta de acuerdo con la utilidad que tengan para nosotros, dejamos de escucharlos aunque, aparentemente, conversemos con ellos.
Cuando ponemos más el acento en la conexión virtual (chat, mail, celular, mensaje de texto,...) que en la comunicación real ( que es siempre artesanal y se construye con tiempo, presencia, mirada, contacto físico, temperatura emocional, también dejamos de escuchar. Y cuando dejamos de escuchar al otro, cesamos también de escuchar nuestras voces internas.
Es que "la escucha" tiene doble vía y, cuando está abierta, capta tanto al otro como a nuestras propias necesidades, ritmos, voces y silencios interiores. Quien no escucha no se escucha
Sólo se rodea de estruendo, de ruido, de bullicio. Y todo esto suele ser una vía de escape para no
asumir las grandes y permanentes preguntas que nos hace la vida acerca de qué haremos con ella.
Zenón de Elea, filósofo griego anterior a Sócrates, advertía que se nos habían dado dos orejas y una boca para que escucháramos el doble de lo que hablamos.
Se trata de no desperdiciarlas llenándolas de contaminación sonora e incomunicación.
Fuente: Sergio Sinay, escritor, especialista en vínculos humanos.
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