Abraham lo ofrecía a sus huéspedes,
según consta en las Escrituras;
las mujeres persas lo tomaban para
beneficiar su piel; los asirios, para
mantenerse sanos
En Grecia se lo llama oxygala, en Suecia, filmjolk; en los países de habla española, cuajada.
Sin embargo, el nombre más difundido en el mundo es el de yoghurt con que lo conocen los búlgaros.
A su pequeño país de águilas llegó en 1900 el sabio ruso Elías Metchnikoff, desconcertado por el altísimo índice de longevidad de los aldeanos; vuelto a París, demostró que el yoghurt contenía lo que llamó bacilus bulgaricus, grandes consumidores de otros bacilos que se encuentran en nuestros intestinos y no precisamente para ayudarnos. Un español, Isaac Carrasco, convirtió la idea en empresa comercial.
Hoy podemos encontrar distintas clases de yogures, y es muy normal tener en nuestras heladeras alguno de ellos, que aportan calcio, vitaminas y frescura intestinal.
Fuente: Ricardo P. Ramos
Editorial: La Razón
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