Los celos inmotivados
nacen de un ser
maltratado, ofendido y
olvidado.
" Otelo" es la tragedia de los celos. William Shakespeare inundó el alma de un guerrero moro, noble y valiente, con la ponzoña de la sospecha. Es Yago, su alférez y hombre de confianza, de una inteligencia tan penetrante como cruel su inmoralidad, el que enajena al protagonista, inclinándolo a ver la traición donde sólo existe lealtad.
Estudiosos de esta obra interpretaron al personaje de Yago como la parte perturbada del personaje. Yago es la zona oscura de Otelo preguntándose si él, un general heroico pero de piel oscura, vida ruda y en plena madurez, pudo enamorar a la gentil Desdémona, joven y bella. ¿Qué desvío llevó a esa flor de su estirpe a enamorarse de él?.
El otro yo del moro, parecido al de cualquier mortal que inseguro, débil, temeroso, subestimado, llega a sufrir de celos sin motivo, le desata la furia y el descontrol. Hay un Yago interno que murmura la palabra exacta para el derrumbe, la destrucción, el desvío. Por eso, los celos inmotivados nacen del territorio sombrío de una personalidad que se detuvo en antiguos maltratos, ofensas, olvidos.
La mala conjetura en el amor es una enfermedad del alma, que se nutre de las desgracias del pasado, de abandonos sufridos en silencio, de lealtades pagadas con rechazos. Yago, ese otro yo induciendo al error, dibujando la fantasía del engaño, convenciendo con atisbos, envenena una relación hasta volverla intolerable.
Hay en este sentimiento una señal de envidia que se desdobla. Envidia por el ser amado, que nos supera en virtudes, y por el ser que nos sucederá en su cariño, elegido por mayor perfección. Sólo dominando esta emoción, maligna e impropia, hasta convencernos de que es nuestra raíz nociva la que provoca, alcanzaremos la serena realización de un amor saludable, libre de pasiones que deterioran e inducen a jugar con la enfermedad y la muerte.-
Fuente: Noemí Carrizo / Para suplemento Nueva. ( noemiaries@hotmail.com)
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