En la práctica, es necesario
coordinar las percepciones de los
individuos que viven colectivamente
con el fin de satisfacer
lo mejor posible, en promedio,
las estimaciones de todos, sin
depender, a pesar de esto,
de los procesos mentales de nadie.
Es menester objetivizar el tiempo. Es el reloj el que da objetividad a los conceptos de tiempo y duración. Puede servir de reloj un fenómeno físico cualquiera, siempre que se repita idéntico a sí mismo todas las veces que se desee.
El reloj de arena ( o la clepsidra, en la antigüedad) suministra una unidad de tiempo corta; el paso de la arena del compartimiento superior al inferior ha sido considerado como de duración constante por consentimiento tácito de observadores que prestaban al fenómeno su atención normal. Pero es importante destacar que esta constancia es una hipótesis.
Nuestros relojes perfeccionados dan la hora según el mismo principio: registran las repeticiones de un fenómeno periódico fundamental, considerado constante ( las oscilaciones de un péndulo o de un resorte, la duración de una vibración luminosa, las propiedades eléctricas de un cristal, etcétera).
El acuerdo entre diferentes buenos relojes durante tiempos cortos fortifica nuestra confianza en la constancia de su marcha.
Así, la creación de un tiempo objetivo y científico, el "tiempo de los relojes", se basa en una hipótesis. Pero, una vez que hemos admitido este tiempo, debemos otorgarle toda nuestra confianza y será con referencia a él que podremos rectificar los errores de los tiempos biológicos a los que debe su origen.
Fuente: Paul Courdec.
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