Hacer el bien es nuestra
misión de cada día.
Un deber pero también
un acto que ennoblece
y alimenta el alma.
En esta actitud no sólo podemos encontrar el cumplimiento de una obligación sino, y fundamentalmente, el placer de reconocernos más justos y más buenos. Tal vez allí resida uno de los secretos más preciados de la vida: entender no sólo que debemos "dar para recibir después"
sino que, al hacer el bien a los demás, ya estamos recibiendo un soplo tibio que inunda nuestro espíritu y nos hace sentir mejor.
Hay quienes, engañosamente, sólo transitan por la vida tratando de sacar provecho de los demás. Y se sienten satisfechos al lograrlo. Tanto cuando buscan una palabra de aliento como cuando persiguen un fin material, creen haber sido los más beneficiados en el intercambio: han logrado "sacar una ventaja".
La felicidad se accede por el camino de lo espiritual, y que una constante de ese andar es saber brindarnos al prójimo. Porque en él encontramos, siempre, una fuente de amor y bienestar.
Aunque a veces nos parezca que nos hemos equivocado, estaremos aprendiendo y creciendo. Y no
se trata de resignación. Simplemente, de entender que cada experiencia, cada dolor y cada sonrisa, nos dejan una enseñanza, intentan transmitirnos un mensaje que debemos incorporar a nuestra vida. Si lo logramos, habremos subido un peldaño más en nuestro crecimiento espiritual.
Por eso, hasta de las vivencias más difíciles podemos sacar una enseñanza : debemos hacer el bien, aunque todo parezca indicarnos que la persona que está a nuestro lado no lo merece. Porque ese ser supremo llámese Dios, llámese espíritu o fuerza cósmica, nos pide que seamos buenos, y porque los sentimientos de rencor, envidia y maldad no hacen más que lastimarnos a nosotros mismos.
Miremos a nuestro alrededor y pensemos que las piedras y las espinas que se interponen en nuestro camino son pruebas esenciales, que han sido colocadas allí, precisamente, para que aprendamos a superarlas.
Fuente: Revista Predicciones.-
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