Hace unos setenta y ocho
años, un grupo de vecinos
de la localidad de Bariloche.
Río Negro, Argentina, que
se animaron a practicar a
menudo esquí y fueron los
primeros en subir caminando
al Cerro Otto y se tiraban una
sola vez por día...
María Magdalena Bachman es autora del libro "Historia del Esquí en Bariloche" y cuenta en él, que en la década del 30' marcaría la historia de San Carlos de Bariloche y su definición como ciudad turística ligada al esquí. La creación del Club Andino Bariloche y de la escuela de esquí Catalina Reynal fue clave en el desarrollo de este deporte en toda la Patagonia.
Para buscar un punto de inicio concreto de esta actividad en Bariloche hay que remontarse a una nevada de 1930. Según narra Toncek Arko en su libro "Esquí deportivo argentino" (2006), aquel día el Doctor Juan Neumayer sacó el par de esquíes que había traído desde Suiza y pasó a buscarlo a Otto Meiling para deslizarse por las calles en desnivel. Reynaldo Knapp, un vecino, que quedó impactado por la imagen del hombre con sus esquíes y cruzó hasta un hotel donde había visto una tablas similares colgadas de la pared. La mecha ya se había encendido.
Meiling, fascinado por esta actividad, comenzó a fabricar esquíes junto a Heriberto Tutzauer un ebanista de la zona, y organizó la primera escuela de esquí instalándose en un refugio del cerro Otto. Los domingos algunas familias barilochenses comenzaron a realizar travesías por las laderas de los cerros Otto y Ventana, Dormilón, López y Ñireco. El ascenso era a pie, con los esquíes al hombro y realizaban un único descenso por jornada.
Con el objetivo de instalar un centro invernal de proyección turística, en 1936 Parques Nacionales contrató como asesor al campeón suizo de esquí Hans Nobl, quien luego de recorrer los cerros aledaños sugirió al Catedral. Dos años más tarde comenzaron los trabajos, se abrió el camino, se iniciaron las obras del cablecarril y fueron llegando los instructores europeos. Y éste se inauguró en 1950. Y el ascenso que se demoraba dos horas caminando, ahora en veinte minutos, se llegaba a la cima. Las bajadas se multiplicaron y con ellas el número de amantes del deporte blanco.
Fuente: Revista Recorriendo la Patagonia.
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