sábado, 30 de marzo de 2013

MANUEL BELGRANO, LA OTRA CAMPANA

Nació rico, estaba destinado
a una vida tranquila,
de libros y escritorio.
Creó la bandera de la
Patria y fue reprendido
por haberla izado sin permiso,
de las autoridades del Virreinato
del Río de la Plata.

                                                          


          En 1820, un coche tirado por caballos se bambolea por los precarios caminos que bajan desde el Tucumán; un hombre enfermo regresa a Buenos Aires para morir. De joven fue un 
" señorito" rico, culto y refinado, pero ahora con el cuerpo hinchado por la hidropesía, secuela última de la sífilis, atormentado por el dolor, Manuel Belgrano recapitula su vida, recuerda a sus hijos naturales, y uno de ellos es adoptado por Juán Manuel de Rosas, y respira el polvo del sendero mientras se pregunta cómo hará para pagar los gastos de todo el largo trayecto.

           El tucumano Celedonio Balbín le ha prestado fondos en la emergencia, pero no alcanzan. El gobernador Bernabé Aráoz le negó carruaje y caballos, y también Juán Bautista Bustos, mandamás de Córdoba que alguna vez peleó a sus órdenes, y eligió mirar para otro lado. Otra vez es un amigo personal, Carlos del Signo, y no un gobierno, quien acude en ayuda del hombre que desestimó la tarea de mantener e incrementar su fortuna para dedicarse con alma y vida a construir la Independencia.

          Entre muchas páginas oscuras de la historia argentina, una de las más terribles es la del último viaje del general Belgrano, a quien la salud obligó finalmente a abandonar el mando del Ejército del Norte para regresar al Buenos Aires natal; otra es la de los 61 días de agonía, cuidado por su hermana Juana y su inseparable amigo, el doctor Joseph Redhead, días asignados por las angustiadas gestiones ante el gobierno para intentar obtener un dinero que le permitiera morir sin deudas y con sus necesidades elementales cubiertas.


          Estas gestiones, que fracasaron, deben haber dolido y humillado más que la hidropesía al hombre que había nacido en 1770 en una de las familias más ricas de la ciudad y moría, 50 años después, en la pobreza extrema; al hombre que renunció a sueldos o los donó íntegros para mantener las tropas cada vez que Buenos Aires abandonaba el ejército a su suerte; al que entregó el suculento premio que le dió el gobierno por sus victorias para que se levantaran escuelas que jamás se construyeron.

          Los manuales escolares hablan de su abnegación, aunque no suelen explicar por qué, transformándola en un sustantivo abstracto y vacío, de esos que en la infancia se repiten y en la adultez se parodian. Sin embargo, la vida que se labró el niño bien de grandes ojos celestes y voz aflautada fue sin duda abnegada. Cuando terminó la secundaria en el Colegio San Carlos, que es el actual Nacional de Buenos Aires, sus padres lo enviaron a España a estudiar negocios y matricularse como comerciante.

          Como la colonia estaba obligada a comerciar exclusivamente con España, si obedecía, tenía su situación asegurada de por vida. Sus padres querían garantizar la continuación de la gran fortuna, pero el hijo eligió el riesgo de no ser rico. Se inscribió en la Universidad de Salamanca y después en Valladolid, donde se graduó como bachiller en leyes mientras escuchaba, ávido, las nobles ideas subversivas que hablaban de libertad, igualdad, fraternidad y soñaba con pueblos capaces de decidir su destino.

          Cada vez más indignado, Belgrano se convenció: el auto-gobierno criollo era el único camino para sacar a las colonias del atraso. Por eso  participó activamente en las conspiraciones que culminaron con la destitución del virrey Cisneros, el 25 de Mayo de 1810; por eso se encontró siendo vocal de la Primera Junta, el primer gobierno criollo. Y también por eso terminó asumiendo tareas urgentes en las que sus libros y sus idiomas no eran útiles y para las que no estaba preparado: llevado por las exigencias del momento, se transformó en un general en jefe de la nueva patria.

          Cuando Manuel Belgrano falleció, uno solo de los ocho periódicos porteños de entonces, dio la noticia. El hombre que murió casi olvidado es hoy uno de nuestros grandes próceres, un hombre valiente y contradictorio en el que -como en el país que contribuyó a fundar- conviven las ideas de la Revolución Francesa con las concepciones acendradas de un caballero español.

Fuente: Manuel Belgrano, autobiografía y otras páginas. Editorial Eudeba. 
( Hemos rescatado algunos testimonios más importantes del libro )
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