Algunos bajan al mar,
con ese paso entre torpe
y tambaleante,
pero tan simpático al fin.
Otros asoman los ojitos negros
desde un pozo en la tierra,
que viene a ser
el mismo nido que
ocuparon el año anterior.
Qué mejor ejemplo de estas aves, conservan su pareja para toda la vida de su existencia. Así de disciplinados son los pingüinos de Magallanes, que del mes de setiembre hasta abril copan hasta el último metro cuadrado de la isla Magdalena, un páramo de 82 hectáreas en medio del estrecho de Magallanes, con un faro muy Julio Verne en sus costas.
Son nada menos que 85000 parejas de pingüinos que cada año llegan hasta aquí para cumplir con la ceremonia del apareamiento. Los primeros en arribar son los machos, que se ocupan de reconstruir los nidos. Días más tarde aparecen las hembras y entonces se viene el picoteo, que es la forma de reconocer al compañero o compañera. Después es el turno de la incubación, y a los 40 días nacen los pichones.
En abril ya no queda ni un pingüino en la isla, aunque sí millones de plumas, porque nuestros amigos han cambiado de traje. Pero ahora todavía están dele acomodarse el plumaje,
impermeabilizándolo con un aceite que es producido por una glándula que está ubicada en su cola.
Todo este bellísimo paisaje, en medio de un concierto de graznidos, chapuzones en el agua y polluelos bamboleándose de un lado a otro, muy temprano a la mañana, vale la pena, no perdérselo!
Fuente: Teresa Bausili. Diario La Nación
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