coincidido con que la puesta
en vigencia de los años
bisiestos se debe a los estudios
de un monje de Turquía
denominado Dionisio "El Pequeño",
allá por el año 200 después de Cristo,
quien halló la diferencia entre lo
que contaba el calendario juliano y
la realidad...
También alertó que si ese desajuste no se corregía, en el plazo de quinientos a seiscientos años el solsticio de verano podría ocurrir cuando el calendario marcara el solsticio de invierno y viceversa. De tal manera, Dionisio determinó que para que todas las fechas coincidieran en el devenir astrológico era menester que febrero tuviese un día más cada cuatro años, con la intención de que se sumaran esas seis horas de más que no se cuentan en el resto de los años.
El hecho de que ese día de más se agregue específicamente al mes de febrero se debe a que el cómputo realizado dependía del solsticio de invierno y de la distancia de la luna respecto de la tierra. Pero más allá de que el año bisiesto vino a solucionar esos inconvenientes, los científicos sostienen que aún persisten pequeñas diferencias que, si bien no se notan en pocos años, si se aprecian a largo plazo. De hecho, estas décimas de segundo de desfase se corrigen y regulan, tanto en los relojes como en los calendarios.
En 1929, la Unión Soviética que hasta 1918 había mantenido el calendario juliano, introdujo, bajo la férrea conducción estalinista, un calendario revolucionario en el que, en la búsqueda de mayor productividad, cada mes tenía 30 días y los cinco o seis días restantes eran fiestas que no pertenecían a ningún mes. En 1930 y 1931, febrero tuvo en efecto 30 días en la URSS, pero la insólita experiencia terminó en 1932 y ese año los meses volvieron a ser como antes de esa malograda experiencia.
Fuente: Revista "Familia Cooperativa"
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