Interrogar al destino es una vieja
manía de la humanidad.
En la Edad de hierro,
un poco más acá del Neolítico,
los celtas dedicaban
a ese berretín sus mejores esfuerzos.
El pueblo se había extendido por casi toda Europa, desde la España hasta la Polonia actuales; desde el Mediterráneo hasta Escandinavia y las Islas Británicas. Paganos, adoraban a montones de dioses, pero el instinto de supervivencia ( o alguna remota sabiduría) los llevó a poner al árbol entre sus deidades mayores.
Su paraíso era el bosque y sus sacerdotes [ druidas, señores del roble] vivían a su sombra y le preguntaban de todo. Ningún testigo quedó para contarnos si los árboles hablaban algún lenguaje comprensible, pero los druidas encontraban respuestas mediante la observación. Además rascaban con hoces de oro la corteza de sus dioses vegetales para quitarles el muérdago, hierba parásita empleada para conjuros y otras lindezas. *** Andando en el tiempo, árbol y muérdago fueron asimilados al festejo no ortodoxo de la Navidad ***.
Según el complicado calendario celta, solar y lunar por mitades, los nacidos en determinados períodos del año eran protegidos por sus correspondientes dioses arbóreos. Al principio la divinidad excluyente era el " roble", pero a medida que la cultura celta abarcaba tierras con otros protagonistas vegetales, el ritual se extendió a 21 árboles padrinos.
Cada uno conferiría a sus ahijados determinadas características, como presuntamente lo hacen los signos del zodíaco.
Fuente: Sabidurías/ Revista Nueva/ E.G/
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