como el de la mosca, si el rey de
la creación poseyera las cien
pupilas mitológicas de Argos o,
por lo menos, otro ojo en la nuca,
sería infinitamente más fácil su
tránsito por los caminos de la urbe...
Como el pobre rey de la Creación sólo posee dos ojos de radio óptico limitado, ha de suplir esta "deficiencia" con algunas de sus facultades morales, que son infinitas y le confieren superioridad inequívoca sobre los seres inferiores. Pero, todas estas facultades son de anverso y reverso. Lo contrario de la atención es la distracción o la abstracción. La mayoría de las personas que son atropelladas por un automóvil u otro vehículo, fuéronlo por una "ausencia" momentánea de su atención. Iban distraídas, abstraídas, y no vieron llegar el peligro. O era ya tarde cuando se percataron de él.
Si Luis Hernon, el literato francocanadiense que dejó escrita "María Chapdelaine", no hubiera sido un hombre absorto en sus ideas y sus ensueños, no habría sido arrollado por una locomotora en un paso a nivel. Si el gran Curie, el descubridor del radio, no hubiese sido un espíritu consagrado a sus descubrimientos geniales, ese tipo del sabio que se cree siempre en su laboratorio o en su biblioteca, no hubiera perecido en una calle cualquiera de París bajo las ruedas monstruosas de un autobús...
Si Emilio Verhaeren, el prodigioso poeta belga, hubiese medido con exactitud la agilidad de sus piernas y la velocidad del convoy al penetrar en la estación de Ruan, no hubiera encontrado una muerte horrible. No pasa día, ni hora, ni quizá minuto en el mundo sin un accidente mortal de esa índole. En las calles y en las urbes modernos no es posible cavilar, ni soñar, ni pensar en otra cosa que en el acto mismo de transitarlas y cruzarlas, el ojo avizor, el oído atento, los músculos dispuestos al esguince rápido, a la parada en seco, a la carretera ágil, a la acrobacia instintiva que nos permitan llegar sanos y salvos al punto a que nos dirigimos.
Fuente: Alberto Insúa. Periodista cubano contemporáneo, de larga residencia en España, autor de varias novelas.
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Si Emilio Verhaeren, el prodigioso poeta belga, hubiese medido con exactitud la agilidad de sus piernas y la velocidad del convoy al penetrar en la estación de Ruan, no hubiera encontrado una muerte horrible. No pasa día, ni hora, ni quizá minuto en el mundo sin un accidente mortal de esa índole. En las calles y en las urbes modernos no es posible cavilar, ni soñar, ni pensar en otra cosa que en el acto mismo de transitarlas y cruzarlas, el ojo avizor, el oído atento, los músculos dispuestos al esguince rápido, a la parada en seco, a la carretera ágil, a la acrobacia instintiva que nos permitan llegar sanos y salvos al punto a que nos dirigimos.
Fuente: Alberto Insúa. Periodista cubano contemporáneo, de larga residencia en España, autor de varias novelas.
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