La esclerosis múltiple, que afecta
en todo el mundo a más de dos
millones trescientos mil personas,
es una enfermedad desmielinizante
inflamatoria, es decir que produce
un daño en la mielina, ese material
graso que aísla los nervios, actuando
de manera similar a la cubierta de un
cable eléctrico...
La mielina permite que un nervio transmita de manera rápida sus impulsos, por lo que la velocidad y eficiencia con la que se realizan permite movimientos suaves, rápidos y coordinados, con poco esfuerzo consciente. En la esclerosis múltiple se evidencia una pérdida de mielina, acompañada por una alteración en la capacidad de los nervios para conducir impulsos eléctricos, desde y hacia el cerebro. Los síntomas de la enfermedad varían ampliamente e incluyen alteraciones en la vista, debilidad en las extremidades, sensación de hormigueo, problemas con la coordinación y el equilibrio, fatiga y deterioros en el pensamiento y la memoria.
En algunas personas, la esclerosis múltiple se manifiesta con períodos de recaída y remisión, mientras que en otros casos se evidencia un patrón progresivo. De todas maneras, tanto uno como otro caso hacen impredecible la vida del paciente. En la actualidad, esta enfermedad progresiva del sistema nervioso central no tiene cura, pero terapias alternativas pueden hacer más lento el proceso y ayudar a controlar los síntomas.
Se da más en mujeres que hombres, los que padecen esta enfermedad, en relación de tres mujeres por cada dos hombres. No se trata de una afección directamente hereditaria, aunque la susceptibilidad genética parece jugar un papel importante en su desarrollo. Tampoco es contagiosa y el diagnóstico se encuentra generalmente entre los 20 y los 40 años de edad, aunque su iniciación puede resultar anterior.
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Fuente: revista "Familia Cooperativa"
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