martes, 12 de febrero de 2013

PARA ATENDER BIEN, HAY QUE ESTAR BIEN

No hay domingos ni feriados,
no hay descanso para quien 
ha asumido la responsabilidad
del cuidado de un familiar en estado grave
y crónico, por mucho que haya
momentos en que otras
personas la sustituyan
en esta absorbente tarea.

                                               

                                                              


          Quién no tuvo alguna vez, un familiar cercano o no, con alguna enfermedad grave como es el cáncer, Alzheimer, esclerosis múltiple, parálisis cerebral o ACV accidente cerebro vascular, o alguna patología psiquiátrica grave, y la tarea de cuidarlos no es fácil. 
          La actividad se mantiene siempre presente en el pensamiento del cuidador, y puede acabar convirtiéndose en una obsesión. El principal problema afecta al paciente, pero también quienes los atienden día y noche, sufren las consecuencias de una enfermedad grave o incurable.
          Es una situación que sobreviene y a la que la familia hará frente. Y, a la final, el tiempo, las relaciones domésticas y sociales, el ocio, la emotividad personal y la vida entera del asistente, girarán a las necesidades que plantea ese padre, o madre, hermanos si lo hubiere, abuelos paternos o maternos, o amigos que se han convertido en el centro de su rutina.
          El auxiliador, por mucho que se provea de abnegación, compasión humana y dedicación al enfermo, puede terminar sintiéndose asfixiado y atrapado por sentimientos dificilmente controlables. Entre ellos, la frustración de un esfuerzo aparentemente estéril: el enfermo no mejora o incluso, lamentablemente, su salud se deteriora.
          La conciencia de que se recorre un camino sin retorno y la constatación de la desesperanza del paciente, convierten a la situación en una travesía plagada de dificultades, y, en algunos casos, carente de estímulos. A este escenario emocional hay que añadirle el cansancio físico que supone la multiplicidad de papeles en que se desdobla el cuidador, para seguir atendiendo -además de los constantes requerimientos del enfermo- las tareas de su vida cotidiana.
           Si al finalizar el día ( nunca se sabe si el trabajo acabará a medianoche o si habrá que levantarse en plena madrugada), uno le pregunta al asistente cómo se encuentra, la respuesta más probable será: " cansado, muy cansado, prefiero no pensar, lo que me gustaría es dormir".
           Cuando la situación se prolonga meses o años, y se hace impredecible su fin, puede generar desajustes y tensiones familiares. Es un panorama estresante, y conviene, tanto no dejarse llevar por la emotividad que suscita el contacto permanente con el enfermo, como no caer en una total dedicación, física y mental, al paciente.
          El objetivo es doble: que no caiga el cuidador víctima de enfermedades o depresiones, y que mantenga sus fuerzas en equilibrio, a ser más eficáz en la atención al ser querido, que tanto requiere de nosotros en la última fase de su vida.

Fuente: Revista Saber Vivir / Convivir con un enfermo crónico.
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