Lo importante que es tener a alguien
cuando todo se derrumba.
Un último abrazo, una última muñeca,
unos últimos dedos, una última piel,
cuando todo el peso hace crujir las
vértebras de nuestras espaldas....
En esos momentos en los que estaríamos dispuestos a hacer un trato con el diablo por una miseria, porque en el fondo pensamos que si hay algo cercano a la miseria somos nosotros. Simples mortales, más mortales que nunca.
No se trata de que alguien nos saque a la superficie, tan solo de que frene nuestra caída. De que aparezca una tarde con una bolsa de tiempo y diga soy todo tuyo o toda tuya. Tienes mis cinco sentidos.
El tacto para abrazarte, los oídos para escuchar, los dientes para morder, el alma para acariciar, la desesperanza para darle vuelta. Como si fuera un calcetín de dibujos decolorados por la vida.
Hay un tipo de soledad y es el que sienten los que van primeros o van últimos. Los que están trabajando en un proyecto que tienen un largo recorrido y un horizonte confuso, sólo esclarecido por la Fe a veces.
Esa soledad nos hace grandes, fuertes y pone a prueba nuestros límites. Se trata de hacer algo que después no sabremos muy bien cómo hemos sido capaces de hacerlo. Un misterio que forma parte de la idiosincrasia vital, desconcertante muchas veces.
Fuente: lamenteesmaravillosa.com
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