domingo, 30 de septiembre de 2012

DEL PEÓN AL REY ....

A ningún otro juego se parece, y
ningún otro mereció el discutido pero
no arbitrario aditamento de ciencia....


                                                               
                               

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                Solo por brillante broma pudo Edgar Allan Poe compararlo con el de damas y fallar a
favor del segundo; él mismo fue notable director de torres, caballos y peones. Pero el magno prestigio del ajedrez no procede tanto de su complejidad y sutileza como del hecho -prodigioso,
si bien se mira- de que en casi diez siglos ( en Occidente) no se haya llegado todavía a la totalidad
de sus jugadas posibles. El carácter excepcional de su planteo permite, entre otras cosas, que un
David de 12 años derrote a un Goliat de 50, con la sola condición de que aquél juegue mejor en un
momento determinado y decisivo.
                Todo maestro, internacional o no, sabe que perder no es deshonroso cuando se cae con dignidad; de ahí la importancia de una felicitación sincera y cordial, que hasta puede partir del
triunfador al vencido. Bien se ha dicho que lo mejor del ajedrez es el estar jugando con habilidad
y gusto, y no el resultado; para el refranero español, " importa más el camino que la posada".
                 El ajedrecista de corazón - no todo ha de ser mental - encuentra mayor placer estético en
ejercitar sus facultades que en el mero hecho de anotarse a su favor el final de la partida.
Notoriamente, este juego caballeresco - donde una pieza es dama, y hay cuatro torres almenadas para  asomarse al misterio - ayuda al dominio de uno mismo.
                Es por  lo tanto, y en más de un sentido, escuela de carácter. Seguramente por eso en varios países ha sido incluido en los planes escolares como materia obligatoria; aunque se desdeñe algo tan importante como la formación del carácter desde la infancia, se convendrá en que el ajedrez facilita grandemente la rapidez de los reflejos intelectuales.
                Sin ser demasiado juego para ciencia, ni demasiada ciencia para juego, el juego-ciencia
-siempre desinteresado- contribuye gallardamente a la comunicación humana y a enaltecer los
valores eternos del espíritu.

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