Hoy se sabe que el éxito de una persona
en sus relaciones sociales depende
muchísimo de su habilidad para usar
un lenguaje emocionalmente correcto.
Es decir, hablar controlando sus
emociones negativas y canalizando
éstas positivamente para sentirse bien,
ella misma y hacer sentir bien a los demás...
El objetivo es pensar antes de hablar. Si no se controlan las emociones, el comportamiento irreflexible y sin pensar, esto dará un comportamiento de un ser reactivo. Si en cambio se aprende a controlar, o sea pensar antes de hablar, se es un ser proactivo. Quien no domina el arte de expresarse bajo estos parámetros, está condenado a la infelicidad; y lo que es mucho peor al conflicto permanente. Según usemos las palabras, éstas pueden convertirse en ventanas abiertas de par en par o en muros infraqueables.
La crítica, por ejemplo, es algo muy común en las relaciones humanas, surge a diario. Pero criticar es como el aceite de ricino: muy fácil de recetar, pero difícil de tomar. Sin embargo, pocos saben hacerlo para conseguir el efecto deseado. En vez de mejorar la situación o la conducta de alguien, la crítica empeora la situación. Pero si somos capaces de controlar nuestras emociones estaremos en disposición de elegir mejor las palabras, anulando las que potencialmente puedan ser negativas y perjudiciales, tanto para nosotros como para nuestros receptores. Elijamos bien las palabras, siguiendo la idea de Platón, cuando afirmaba que "buscando el bien de nuestros semejantes, encontraremos el nuestro".
Fuente: www.lagranepoca.com//por Francisco Gavilán
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